Por suerte hay ya muy pocas personas que no sitúen la protección del medio ambiente como una de las prioridades de nuestra sociedad. Y no se trata de un sentimiento meramente altruista o bienpensante, sino una necesidad para que el mundo siga siendo razonablemente habitable para todos.
Nuestro mundo es algo parecido a un electrodoméstico, que cuando empieza a fallar nuestra una luz de aviso. Si no le hacemos caso, parecerá no pasar nada, pero las luces de alarma seguirán encendiéndose, cada vez más y con más frecuencia, hasta que la lavadora, el televisor o el automóvil dejen de servir para lo que se concibieron. Algo así sucede con el mundo que nos rodea, porque si seguimos haciendo caso omiso de las alarmas, por irrelevantes que parezcan, nuestro entorno irá volviéndose hostil hasta hacerse difícilmente habitable.
Además, asociamos la conservación de los recursos naturales con especies y espacios exóticos: los océanos y la ballena azul, el himalaya o el panda gigante y, como mucho, Doñana, el lince ibérico o el oso pardo.
Olvidamos que, a veces, esos valores se encuentran en nuestra trastienda, más cerca de lo que creemos, y que suponen una luz que nos alarma sobre que algo no funciona.
El Alzacola Rojizo (Cercotrichas galactotes), al que conocemos tradicionalmente como colita jara, regarsa o abaniquero, es un paseriforme, un ave pequeña, que antaño era abundante en toda Andalucía. Abel Chapman y Walter J. Back, pioneros en la descripción de la avifauna española, llegan a afirmar en 1.910 que “el bello Alzacolas, aun cuando no muy buen cantor, es visible por todas partes, jugando con su cola fuertemente listada en forma de abanico que tanto llama la atención”, Afirmación que, aunque referida a las cercanías de Jerez, podría extrapolarse a la mayor parte del Valle del Guadalquivir.
Las cosas han cambiado desde entonces. Se trata de un ave migradora, que pasa el invierno en África y muestra una extraordinaria filopatria, es decir, que vuelve a criar en la zona de donde es originaria, año tras año, Es propia de cultivos leñosos como el olivar y la viña y se alimenta de insectos recorriéndolos de manera incansable La eliminación en los cultivos de cualquier vestigio de vegetación marginal, como linderos y ribazos, el abuso de biocidas y los cambios de cultivo han producido una rápida rarefacción de la especie. En Andalucía quedan apenas tres núcleos de población, uno muy residual situado en la provincia de Jaén, otro en la comarca del condado en Huelva, también bastante reducida, y la más extensa y estable, que ocupa la comarca de la campiña cordobesa, coincidiendo en su distribución con la de la denominación de origen Montilla-Moriles y su zona de influencia. La importancia de esta población reside no solo en su importancia numérica y de superficie ocupada, sino por ser equidistante de otras poblaciones residuales que podrían beneficiarse de su proximidad y que podrían subsistir por los aportes de esta población. Para resumir la situación actual del Alzacola debemos pensar que ha merecido la calificación de “en peligro de extinción” para el Libro Rojo de las Aves de España. La población de la campiña cordobesa es, por tanto, fundamental para la supervivencia de la especie.
Llega el momento de preguntarnos el porqué de la subsistencia aquí del Alzacola, y es bien simple. Nuestro paisaje aún conserva formas de explotación tradicionales, basadas en prácticas que no son lesivas para el medio ambiente, en las que no se abusa como en otras zonas de biocidas y tratamientos químicos. Además, el mosaico de pequeñas parcelas de viña y olivar permite conservar en relativo buen estado linderos y alguna vegetación espontánea que favorece la presencia de una fauna variada.
A la vista de esta situación resulta claro que la subsistencia del Alzacola en esta comarca se vincula claramente con el desarrollo y mantenimiento de buenas prácticas agrícolas. Con arreglo a las nuevas tendencias del mercado y de la política agraria comunitaria, estas prácticas vinculadas a la biodiversidad empiezan a premiar el papel de los agricultores no solo como productores de recursos alimentarios de primer orden, sino también como garantes del patrimonio natural del que se beneficia toda la sociedad.
En esta coyuntura se presenta una oportunidad para un sector que en nuestra tierra arrastra una crisis endémica que no hace más que reducir la superficie destinada al cultivo de la vid. Oportunidad para un producto de extraordinaria calidad que requiere apenas esfuerzo para alcanzar un estándar de naturalidad que puede aportar mucho a sus expectativas de comercialización y futuro. Desarrollar una marca de calidad que además de potenciar nuestros productos vitivinícolas, afectaría a una comarca que podría generar muchas opciones en sectores conexos como el turismo u observación de la naturaleza. Además, con arreglo a lo visto y la reacción favorable de muchos sectores productivos, de las principales entidades conservacionistas del país, de las diferentes administraciones y la creciente implicación social en la materia, se trata de una oportunidad que no podemos dejar pasar.
Federico Cabello de Alba Jurado
Anillador experto del Centro de Migración de Aves. SEO/Birdlife
Comisión de custodia del territorio del Consejo General del Notariado