Por Mercedes García de Vinuesa, Directora de la Fundación Somos Naturaleza
El pasado 17 de septiembre, Córdoba fue testigo de las Primeras Jornadas sobre Inversión de Impacto y Emprendimiento Sostenible, un evento que reafirmó la necesidad de impulsar proyectos empresariales que no solo busquen rentabilidad, sino que también generen un impacto positivo en la sociedad y el medio ambiente.
Noelia Ríos gerente de RIOMA y vicepresidenta de la Fundación Somos Naturaleza abrió el evento recordándonos que la inversión de impacto no es una moda pasajera.
Braulio Pareja nos definió la inversión de impacto como “aquella que busca combinar el máximo retorno financiero con el máximo impacto social y ambiental”. Destacó la importancia de tres ingredientes clave en este tipo de inversiones: Intencionalidad, Medición y Adicionalidad.
Me quedé pensando en esa idea durante toda la jornada. La combinación de intencionalidad, medición y adicionalidad como los pilares de la inversión de impacto suena casi poética, pero lleva una responsabilidad inmensa. Medir el impacto social y ambiental no se puede reducir solo a números. Nos invitaron a considerar la Teoría del Cambio: cada acción, cada inversión tiene un eco, y lo que no podemos medir en dinero, lo medimos en vidas transformadas.
A pesar de que en España la inversión de impacto mueve aproximadamente 1.700 millones de euros, la cifra palidece frente a los 14.000 millones de euros que gestiona Francia. Sin embargo, las jornadas resaltaron que estamos en un momento de expansión y que existen oportunidades significativas, como el fondo de Cofides y SpainNAB, que podrían elevar el perfil de España en este sector.
Casos inspiradores de emprendimiento
María Ángeles León me impresionó especialmente. Su historia de cómo comenzó a emprender porque “nadie estaba haciendo lo que ella quería hacer” me recordó que, al final del día, el motor que impulsa los negocios de impacto es un deseo humano básico: mejorar la calidad de vida de otras personas que tuvieron menos suerte sólo por nacer en el momento y el lugar más empobrecido. Cuando compartió cómo su fondo en África estaba logrando un retorno del 6%, no solo hablaba de números, sino de esperanza. Su testimonio me hizo pensar en cuánto bien se puede generar cuando alineamos nuestras pasiones con nuestro trabajo.
La intervención de José de la Cruz Ríos, con esa sabiduría casi ancestral, me removió: “Hacer dinero es fácil, pero aprender a ser persona, a vivir la vida con sentido, color y humor es todo un arte”.
Sentí que estaba frente a personas que no solo han logrado éxito empresarial, sino que han entendido algo más profundo: el éxito real está en el bien común.
Otro caso que llamó la atención fue el de Alejandro Costa Jiménez, fundador de ÉXXITA Be Circular, quien ha logrado convertir en negocio lo que otros veían como basura. Su frase “dar superpoderes a personas que no los tienen” me hizo reflexionar sobre la capacidad que tenemos de empoderar a los más vulnerables. O Jesús García Jurado, que con su trabajo en PRODE ha logrado algo extraordinario: brindar empleo a más de 1.000 personas, el 60% de ellas con
discapacidad. ¿No es ese el verdadero impacto inclusivo? dignidad, sentido y oportunidad.
La visión de Natalia Valle Aguirre sobre cómo la tecnología puede estar al servicio de la sostenibilidad me hizo soñar con lo que podría ser si más jóvenes, como ella, tomaran las riendas de un futuro más justo y equitativo.
En resumen, estas jornadas resaltaron la importancia de elementos como el propósito, la formación y la innovación en el éxito de los proyectos de impacto. Se reafirmó la necesidad de crear una red de apoyo que fomente la colaboración entre inversores, emprendedores y empresas para generar un cambio real.
Pero lo que realmente me llevé fue algo más: la convicción de que todos podemos ser agentes de cambio. Que si nuestras empresas y proyectos no dejan huella de vida, nos estamos quedando cortos.
¡Repensemos el propósito de nuestro trabajo y nuestra vida!
